El Panteón del Inglés
«Mi estimado amigo de la infancia, William Rowland, nieto del famoso profesor inglés Sir Robert Rowland Hill, coterráneo y gran amigo, éste, de mi abuelo paterno, era uno de mis más asiduos visitantes durante los meses de estío e incluso en el otoño. Lamentablemente, en septiembre de 1889, cuando Rowland y yo cabalgábamos tranquilamente cerca del acantilado, mientras el mar, con mayor furia que de costumbre rompía con estruendo sobre las rocas, el caballo que montaba mi amigo se asustó de tal forma que le derribó. A consecuencia de la fuerte caída sufrió un duro golpe en la cabeza, con rotura craneana, que le produjo la muerte instantánea. En tanto el caballo, por su propio peso, rodaba despeñándose contra las rocas. A petición de la familia, ocupándome de todo y en resistente caja mortuoria, el cadáver de Rowland fue trasladado prontamente a Inglaterra».
Así describía el propio Jackson el motivo por el que mandó construir el Panteón del Inglés, situado en los acantilados al norte de Santander y a donde nos desplazamos hace unas noches tras la presentación de la EM-1 a intentar captar alguna imagen de un lugar con mucha magia.
Para llegar, hay que dar un ligero paseo desde la carretera más cercana, atravesando un campo de tiro abandonado y escuchando el mar rompiendo en los acantilados. En este lugar no existe ningún tipo de iluminación artificial, aunque el reflejo de la luz de Santander llega con bastante intensidad.
Hicimos varios intentos buscando diferentes encuadres, probamos a iluminar con leds, e incluso alguna combinación de luces de colores, todo ello sin demasiado éxito. El tiempo capturando imágenes nocturnas pasa muy rápido y se hizo tarde enseguida. En el grupo había gente que trabajaba al día siguiente, así que tocaba recoger para marchar. A la voz de «¡¡Venga, nos vamos!!» levanté la cabeza y fue en ese momento cuando la vi…
Casi intuitivamente reduje la longitud del trípode situando la cámara muy cerca de la roca en primer plano, abrí la focal hasta su límite, a 9 mm, y encuadré con la roca del plano medio según la regla de los tercios para situar el panteón en el punto de corte inferior izquierdo. El resto del encuadre se completaría con las nubes, que volaban rápidamente en dirección a la cámara.
El panteón y las nubes estaban iluminados solamente por el reflejo de luz artificial de Santander, que provenía de la derecha de la imagen, mientras que las rocas quedaban un poco a sombra. A través del visor electrónico de la EM-1 se podía ver claramente la mayor intensidad de luz en la pared lateral de nuestro motivo principal, así que coloqué una apertura lo más abierta posible, F4, y un tiempo de exposición de 30 segundos para captar el efecto de movimiento de las nubes. Finalmente, y casi calculando a ojo, la sensibilidad subía hasta 1600 ISO. Solo quedó tiempo para apretar el disparador, recoger y emprender el camino de vuelta escuchando el golpeo del mar sobre las rocas.
Al día siguiente, y después de 630 km de carretera de vuelta a casa, me senté delante del ordenador para verla. Los tonos anaranjados de la luz artificial sobre la imagen le hacían perder fuerza. Di un repaso a los controles básicos para ver lo que daba de si la imagen y después de varias vueltas intentando corregir el balance de blancos y atenuar el color fui reduciendo la saturación hasta llegar a este blanco y negro, con un contraste, gama de grises, y en definitiva, una luz que consigue transportarme a un mes de septiembre, quizás a caballo, quizás en 1889…