Hemos podido constatar, en estas últimas semanas, las virtudes de la Olympus OM-D en situaciones reales de trabajo. Esta cámara, de un cuidado estilo retro a imagen de las clásicas OM analógicas de la casa, incorpora tecnología del más alto nivel así como una extensa capacidad de configuración. No es una cámara apta para principiantes, ya que su curva de aprendizaje es lenta, y necesita de una configuración al detalle según las necesidades de cada temática y de la forma de trabajo de cada fotógrafo-videógrafo, pero es una herramienta excepcional, un «Pura-Sangre», cuando se consigue domar. Aunque mejor comencemos por el principio…
Nuestra intención era la de probar esta cámara y su estabilizador en tomas aéreas desde el BOB77, uno de los oktocopter de Aeromedia, pero no fue nada sencillo. Nuestras primeras pruebas nos mostraban una cámara difícil de controlar, con un menú a primeras sencillo y rápido de acceso, pero con multitud de combinaciones para diferentes tipos de reacción, y con la única solución para comprobar su funcionamiento que la archiconocida prueba-error. La medición y el enfoque parecían no querer hacernos caso, la consistencia de la imagen no llegaba a ser lo fina que buscábamos y el escaso tiempo disponible jugaba en nuestra contra. Casi tiramos la toalla hasta que comenzó a mostrar su carácter de «Pura-Sangre» y entendimos su forma de actuar y aprendimos a como modificar sus parámetros para llevarla a nuestro terreno.
Así, una exposición que en general tiende a subexponer ligeramente puede ser configurada para que mida de forma exacta según nuestras intenciones y se comporte de una forma noble. El enfoque, rápido y preciso, hay que limitarlo también a nuestro criterio para que no tienda a reenfocar con los movimientos del encuadre. La imagen consigue afinarse de forma muy satisfactoria a través su contraste, saturación, nitidez y reducción de ruido. Al final, comprendemos que es una cámara, que por configuración, tiende a trabajar con automatismos que debemos conocer para saber limitarlos en lo posible y dirigirlos a nuestro gusto.
Quizás se nos encabrita un poco a veces en la medición, creemos que por su sensibilidad, apareciendo balanceos molestos de luz en la imagen, y nos genera ciertos artefactos en movimientos rápidos de cámara con exceso de luz. Creemos que esto puede ser debido a una configuración demasiado automática en la medición de luz como en el balance de blancos y la sensibilidad en video en el primero de los casos (o que no hemos dado con la configuración fina adecuada para esas circunstancias), y los artefactos por una baja transferencia de datos que colapsa la imagen. Algo que esperamos se corrija en próximas actualizaciones de software.
A partir de esa configuración «domada» comenzamos a vislumbrar el potencial de la cámara y a percibir el resto de su carácter. Su sistema de estabilización es quizás el mejor que hemos probado en una cámara fotográfica, haciendose imprescindible en tomas de este tipo, donde las vibraciones debidas a las ráfagas de viento están a la orden del día, y consiguiendo un porcentaje de tomas buenas en situaciones «imposibles». También nos ha sorprendido lo bien que trabaja en penumbra. Su sensor es capaz de captar más luz que nuestra 5D MkII con idéntica configuración de sensibilidad y apertura. Y todo eso sin hablar de su reducido peso, la comodidad de uso de la pantalla abatible y más características que nos quedan pendientes de estudiar y domar… para cuando llegue nuestra OM-D.
Todo ello hace que sea una cámara muy completa y apetecible, tanto para fotografía como para video, y aunque no sea la cámara perfecta (esa todavía no existe), si es la mejor para muchas cosas, entre ellas las escenas nocturnas. Y como prueba, un botón, el del play del video siguiente donde podréis apreciar lo que os hemos contado.